Está hablando con el organizador del evento dos meses antes del evento, sentada frente a la pantalla del ordenador. Se ha hecho un moño y se ha puesto una camisa blanca.
Otaberra es la tercera novela que Elisa Victoria publica en Blackie Books (editorial que, como bien sabéis, adoro) y tal vez la más interesante a nivel estilístico. Manteniendo siempre su esencia muy vinculada al desarrollo juvenil (en este caso, centrándose en la adolescencia), el libro nos cuenta la historia de Renata, una científica que se ha quedado atrapada en un momento concreto del año 1989. Y es que, pese a que su vida continúa con aparente normalidad, esta bioquímica no puede evitar volver una y otra vez a aquel día concreto en su pueblo y a lo que ocurrió en su pueblo, Otaberra.
Mira a los asistentes y entiende que, lo mismo que se agota esta hora de palabrería, se agota su vida entera. Sus ojos, que se han acostumbrado a la luz, son capaces de distinguir varias caras envueltas en destellos. Algunas de esas caras recibirán un día la noticia de su muerte y les parecerá curioso, levantarán un momento las cejas, los que más la han tratado se pondrán un poco tristes y seguirán con lo suyo, otros se habrán muerto antes y no podrán enterarse de que ella se muere después.
El tiempo, el amor y los arrebatos
Cuatro años dan para mucho y cambian cualquier cosa. La tecnología, la programación, la moda, el criterio de un niño, la cara de un adulto. Hay un abismo entre tener dieciocho y tener veintidós, lo mismo que lo hay entre tener veintiocho y tener treinta y dos, la única diferencia es que la gente de entre dieciocho y veintidós se da cuenta y la que está entre los veintiocho y los treinta y dos no.
Otaberra es una novela poliédrica en la que el tiempo es un protagonista más, junto con Renata, nuestra bioquímica y Eusebio. El pasado, el presente y el futuro se enredan constantemente, pero de una manera que resulta, en cierto modo natural, como si todo estuviese pasando a la vez, pero en distintos planos temporales (sin saber yo de física ni nada de eso). Victoria juega tanto con los cambios de espacio-tiempo como con los cambios de formas narrativas (pasa del presente en primera persona al narrador omnisciente, al diálogo teatral o al epistolar) pero de tal forma que todo queda perfectamente integrado y, a la vez, contribuye a darle sentido al relato.
RITA: Pero cuéntalo en presente, como si estuviera pasando ahora.
BEATRIZ: ¿Por qué?
RITA: No sé, porque es más emotivo.
BEATRIZ: La historia ya es lo bastante emotiva.
RITA: Pues más emotiva la quiero.
BEATRIZ: ¿Quieres que te la cuente como si yo fuera ella?
RITA: No, eso ya es mal gusto.
BEATRIZ: Tampoco te creas.
RITA: A lo mejor más adelante, además en primera persona ya está escribiendo ella a veces.
BEATRIZ: Sí, pero desde mi punto de vista, no desde el suyo.
RITA: Tienes razón pero es pronto de todas formas.
Lo que ocurrió y todas las variantes de lo que podría haber ocurrido es lo que atormenta sin cesar Renata, quien no puede dejar de pensar en aquella noche de 1989 en Otaberra, a la que vuelve una y otra vez como cuando la aguja de un vinilo se queda atrapada en el surco. (ATENCIÓN SPOILER. SELECCIONA EL HUECO EN BLANCO SI QUIERES CONTINUAR LEYENDO). Tras haberse escapado de casa para ir de fiesta, Eusebio, al que todo el pueblo repudia por ser diferente, le confiesa su amor a su amiga. Ella, que intenta que la mala fama de Eusebio no le salpique también, acaba discutiendo con su amigo, a quien, por cierto, todo el pueblo considera homosexual. Decide continuar el camino a su casa sola, sin ser consciente de que será la última vez que vea con vida a su amigo, quien, al día siguiente, aparece muerto en una acequia. (FIN DEL SPOILER) Renata no deja de pensar en cómo habrían podido ser las cosas si ella hubiese actuado de manera diferente, si hubiese sido tal vez más comprensiva, si no se hubiese calentado, si no hubiese sido tan egoísta como solo una adolescente preocupada por su reputación puede serlo.
Ha sido demasiado tajante, ha despedazado varios límites, le ha rebosado una información secreta que estaba mejor censurada y se ha refugiado en su propia incomodidad, en su propio dolor, sin prestar atención a la enorme herida que se abría para Eusebio. Él continúa su camino, enciende un cigarro y se apresura a cruzar la carretera vacía sin despedirse y sin mirar atrás. En ese momento de desgarro Renata se da cuenta de que su ira ha sido desproporcionada, quisiera decirle algo pero no tiene ni idea de cómo gestionar lo que ha pasado.
La relación entre el amor y la amistad es otro punto clave de la historia, que atraviesa la relación entre Renata y Eusebio. La amistad es una forma de amor y creo que eso es algo que la autora ha querido mostrar al enseñarnos que el hecho de que lo ocurrido con Eusebio marca ya no solamente la vida posterior de Renata, que nunca vuelve a ser la misma, sino también su pésima relación con los hombres de adulta. He leído en El País que ese capítulo está desconectado del resto, pero yo creo que es una forma de mostrar cómo Renata se desenvuelve a partir de ese momento. (Sí, me estoy atreviendo a contradecir a El País 🤭)
Renata le tiende el cromo a Eusebio con el placer indoloro de quien le saca una astilla a un amigo limpiamente, dándose cuenta de que la entrega de ese cromo no solo es la astilla que se retira sino la espina que se traga con miga de pan, el padrastro que se cura, el tumor que se extirpa, el cráneo roto que se recompone, el pulmón encharcado que se vacía, el pecho muerto que vuelve a respirar, el reloj parado que echa a andar.
Las diferentes formas de intentar encajar en un contexto opresivo (el pueblo, la familia) son también clave en esta historia, que se vincula directamente con la valentía de atreverse a ser diferente en diferentes personajes como Eusebio, quien, pese a las críticas constantes que recibe, tanto de su entorno como de su familia, defiende su libertad de dejarse el pelo largo (¡horror!) o vestir diferente en un pueblo a finales de los 80 (recordemos que La Movida madrileña dista mucho de representar al conjunto de España en aquellos años).
Hay gente que a los dieciséis lleva el pelo largo y ropa con pinchos y calaveras y a los veinticuatro está trabajando con un traje de la talla equivocada en la empresa familiar.
Sin embargo, también encontramos casos contrarios, como el de Beatriz, que se afana en intentar cumplir las expectativas de una madre que no es capaz de aceptar que el tiempo (de nuevo, el tiempo) también pasa por su hija, o el de la propia Renata, SPOILER, YA SABES que, en un valiente acto de sinceridad consigo misma, reconoce que nunca puso mucho énfasis en intentar acabar con las constantes burlas a las que se veía sometido su amigo por miedo a acabar consiguiendo que se burlasen de ella también. FIN DEL SPOILER.
Se me partió el corazón siendo testigo de la eficiencia con que ocultaba por completo tanto la pluma como el acento de su pueblo, dos de sus mayores encantos.
Otaberra es fruto de un encuentro fortuito con una vieja caja de recuerdos abandonada, según ha asegurado la propia autora y, a mi parecer, se asemeja mucho a eso. Es una mezcolanza de recuerdos, algunos terriblemente tristes y otros alegres que, en definitiva, nos sirven como elemento tangible para recordarnos a nosotros mismos quiénes somos y de dónde venimos. Una esencia que está hecha de mil fragmentos de momentos y de sensaciones que nos retrotraen constantemente al pasado pero que, a la vez, también son un puente que nos ayuda a cruzar hacia el futuro.
El mensaje que me llega de vuelta a través del objetivo dice que este instante es eterno pero que nos hemos muerto de todas formas y que este momentáneo latido común ha hecho que tenga sentido. Hemos venido a este mundo a encontrarnos, a escondernos en esta habitación y experimentar esta simpleza.
¿Habéis leído Otaberra? ¿Qué os ha parecido? ¡¡Contadme, que me interesa!!
Un abrazo enorme y... ¡nos vemos en la próxima aventura!