Soy de ciudad, pero he pasado todos los veranos de mi infancia en un pueblo del interior de castilla con nombre de resonanzas épicas: Atienza, cerca de Copres, en Guadalajara.
Así comienza este libro que conocí por casualidad un buen día en eldiario.es y que, sin duda, ha resultado todo un descubrimiento, tanto a nivel lingüístico (aunque no sea filóloga, siempre es un tema muy interesante), como a nivel social.
'Como dicen en mi pueblo' es un compendio de ensayos sobre el habla rural de las distintas partes de España. El objetivo (aparte del análisis filológico, claro) no es otro que 'desmontar' esa idea tan asentada de que solamente hay una manera única-y-correcta de decir las cosas, demostrándonos que, lejos de ser así, el castellano rural guarda auténticas maravillas (algunas, incluso, heredadas directamente del castellano del Siglo de Oro) que no solamente nos cuentan mucho sobre nuestra propia historia, sino también nos hablan sobre nuestra forma de ser.
Quería hablá fino y como no sabemos, pues se mete la pata
'Como dicen en mi pueblo' es interesante a varios niveles, no solamente porque te descubre el maravilloso mundo del Corpus Sonoro de la España Rural (COSER), un proyecto creado por Inés Fernández-Ordóñez gracias al cual decenas de estudiantes han recorrido pueblos recónditos de toda España, hablando con sus habitantes más mayores sobre tradiciones antiguas y conociendo el habla 'común' de las distintas zonas de España, sino que constituye todo un compendio sobre la vida rural de nuestro país, las preocupaciones y alegrías de sus habitantes, sus costumbres y, por supuesto, su forma de ver el mundo.
La lengua es nuestra caja de herramientas de la comunicación: cuando nos falta una herramienta, antes de ir a comprar otra, tratamos de apañarnos con lo que ya tenemos, incluso si tenemos que innovar un poquito y usar cosas de una forma distinta a la que estaba planeada inicialmente. Si la idea es buena, la innovación triunfará y la herramienta habrá cambiado. Lo mismito pasa con el habla, solo que de una forma menos consciente y reflexiva.
Miquel Montoro y su famoso ¡hóstia pilotes! sirve como ejemplo para explicar una de las particularidades del mallorquín, la variación del esquema en castellano que + adjetivo + verbo por un calco del catalán que + verbo + de + adjetivo ¡qué son de bones!
Aunque l@s autores/as han tratado de hacer el libro lo más ameno posible, sobre todo pensando en aquellas personas 'ajenas' al mundillo, es cierto que, si no se es lingüista o filólogo/a, hay muchas ocasiones en las que la lectura puede resultar un tanto técnica/pesada (al fin y al cabo, edita Pie de página, especializada en lingüística), pero, una vez que le coges el ritmo, acaba por resultar tremendamente interesante. Aquí va un ejemplo de una de las transcripciones recogidas en una de las entrevistas del COSER en Chipude (Vallehermoso):
-Yo ya no, mi niña, yo ya no sé, señor, yo ya no pueo. No tengo entadura. Desde que se perdí la entadura.
-¿Pero cuando silba como ha silbado antes, así solo con los labios... eso también se puede silbar?
-Sí, sí silbaban ansí, sí había...
-Sas que no hablamos bien tampoco.-No hablamos bien. En los pueblos no s'habla bien. ¿Sabes po qué? Mira...[...]-Mi suegro hablaba así aún mu-, muchas cosas aún peó que noso. Y lo vide, puestos de decí lo vi. Lo vide, mucha gente lo dice eso, lo vide. Y puestos decí la comida, la, la [Nombre Propio] aún: "La, la comía, voy a hacé la comía"
Una lástima que aprendamos tan fácilmente a menospreciar nuestra manera de hablar sin ser conscientes de las maravillas lingüísticas que podríamos estar escondiendo.
¿Y vosotr@s? ¿Sois la pasma del lenguaje? ¿Creéis que Reverte ha dicho alguna vez 'me v'ia ir pa casa'? ¡Contadme!
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