25/8/16

"Todo el que llega a Calcuta está buscando algo"

Elena Guilleuma, en uno de sus viajes a la India. Fotos por cortesía de ella misma
En un mundo plagado de redes sociales y fotos de Instagram, viajar a la India es sinónimo de reconectar con uno mismo, de huir de todo el caos del día a día. Elena Guilleuma, abogada de profesión y afincada en Madrid, tenía el sueño de viajar a ese país de contrastes. Lo cumplió a lo grande, viajando dos veces para hacer voluntario. ¿Qué tendrá ese país que enamora?. Elena trata de ayudarnos a descubrirlo

¿Por qué escogiste la India para hacer tu voluntariado en vez de otros países o España mismamente?
Ya había hecho otros voluntariados en España, pero desde muy pequeña la India siempre había sido mi debilidad, mi gran ilusión. Cada vez que alguien me preguntaba cuál era mi gran sueño, yo siempre respondía lo mismo… Viajar a la India. Me había imaginado mil veces cómo sería ese mundo que describía el libro de Dominique Lapierre  en “La Ciudad de la Alegría”  y tenía ganas de descubrirlo por mí misma.

Para mis padres era una locura eso de irme al otro lado del mundo, y lo más difícil para mí fue convencerles de que me dejaran ir. Cuando cumplí 18 años trabajé todo el verano para ahorrar algo de dinero y empecé a investigar sobre cómo podría ayudar ahí. Cuando conseguí tener todo preparado, hablé con ellos para venderles mi gran aventura y aunque con alguna reticencia por su parte, en septiembre de 2011 estaba en un vuelo camino a Calcuta.

¿Qué es lo que hiciste allí?
En Calcuta las Hermanas de la Caridad han formado distintos centros y en cada uno de ellos agrupan por edades y sexos a los enfermos. Yo colaboré en varios de los centros que tienen las Misioneras de la Caridad.

El primer año estuve en un centro que acoge a niñas discapacitadas que han sido abandonadas por sus familias. Nuestras funciones eran desde enseñarles matemáticas, los números o los animales, hasta darles de comer, bañarlas, o jugar con ellas, pero sobretodo, nuestra misión principal era hacerlas sentir queridas, importantes. Por las tardes iba a Kalligath, el hogar de los moribundos. Ahí lavábamos ropa, les dábamos de comer, clasificábamos medicamentos, o simplemente les acompañábamos.

El segundo año tuve la oportunidad de colaborar en el orfanato, que aunque tenía la impresión de que sería lo más bonito, sin duda fue de las experiencias más complicadas que viví ahí.

Suelo tener la costumbre de viajar siempre con un diario, y así es cómo describía mi primer día:

“A las 8 am, a tan solo dos manzanas de la casa madre, llegamos a Sishu Bhavan. Subí las escaleras hasta el tercer piso. El primer impacto fue olfativo ya que el olor a desinfectante es muy característico. El segundo impacto fue visual, pues al entrar en la sala, observé además de una larga hilera de cunas de metal, una colchoneta en el suelo repleta de niños rechazados y no queridos. Casi todos tumbados ya que por sí solos no se sostienen sentados y tampoco gatean. Muchos no articulan sonido, otros ni gesticulan. Caras deformadas, miradas perdidas a causa del autismo. Piernas y brazos atrofiados.
Me quedé en shock, se me hizo difícil dar un paso. Sólo veía al resto de voluntarias sentadas en la colchoneta jugando con los niños.
No hablaba, no reía, no pensaba;  sólo sentía. Sentí el sufrimiento de esas pobres criaturas, sentí el dolor de sus llantos y de sus huesos, sentí su soledad y su abandono.
Me he sentido totalmente impotente, incapaz, no sabía cómo calmarles, cómo ayudarles. Estaba perdida.
Aun así, he podido sentir el amor que hay en esas cuatro paredes, la gratitud de sus miradas, la grandeza de la entrega de las sisters que no se despegan de su lado, su vitalidad, el cariño con el que les cuidan, su felicidad por ser queridos, cuidadosamente vestidos y alimentados.
Al final del impactante primer momento, he conseguido cogerles en brazos, acariciarles, cambiarles el pañal e intentar jugar con ellos. A duras penas les conseguía dar de comer.
Pienso en lo afortunados que son porque han caído en manos de unos ángeles que dan su vida por ellos. He comprendido que son ricos y no pobres. Tienen a alguien a quien le importan.
Hoy ha sido duro, bastante duro.
He palpado la necesidad de la gente en las caras de esos niños. He respirado ansias de amor, he tocado la soledad y el dolor. Pero todo ello, la tristeza, la soledad, el dolor, se viste en tonos azules y blancos que lo envuelven de esperanza y amor, de paz y de alegría.
Aquí me brillan los ojos todos los días porque veo vida delante de mí”.

¿Cuánto tiempo estuviste?
El primer año me fui tres meses ya que estaba en la universidad y las vacaciones eran algo más largas. La segunda vez, como estaba trabajando,  tan solo me pude ir 15 días.
Si por mi fuera volvería una y mil veces, pero lo “malo” de vivir en un mundo “civilizado” es que no somos inmunes a todas las enfermedades que hay ahí. En los dos viajes que he hecho a Calcuta he acabado muy enferma, de hecho la segunda vez estuve casi todo el tiempo en el hospital. Por este motivo, he tenido que asimilar que no se trata de volver, sino de hacer de mi mundo “mi propia Calcuta”.

Elena y otros voluntarios, jugando con niños de la India. Fotos por cortesía de la propia Elena.

¿Fuiste con alguna ONG? ¿Con cuál? ¿Por qué esa?
Fui con las Misioneras de la Caridad. Son sin duda una de las mayores organizaciones a nivel mundial en temas de voluntariado. Ya colaboraba con ellas en España y en Calcuta está la casa madre, donde comenzó todo el proyecto de la Madre Teresa. Había leído mucho sobre ellas y su trabajo ahí es espectacular. A pesar de la suciedad de las calles, ellas conservan sus hábitos blancos como si fueran ángeles, siempre están sonrientes y lo que más me llamó la atención, es que a pesar de ser una congregación católica, acogen a voluntarios de todas las religiones. Es precioso pensar que no hacen distinción sobre raza, religión, cultura… ellas sólo intentan transmitir amor. Son tremendamente respetadas por la sociedad de la India y la población está constantemente agradeciendo la labor que hacen.

¿Por qué consideraste que era el momento de hacer voluntariado?
Voluntariado ya hacía y sigo haciendo. La decisión de irme  a Calcuta la tomé porque sentí que era el momento adecuado. Contaba con el tiempo y la oportunidad de viajar sin tener responsabilidades como una familia o trabajo. Es cierto que el voluntariado no distingue de edades, de hecho los demás voluntarios que conocí en la India eran desde jóvenes de mi edad hasta personas de 70 años, familias, grupos de amigos, matrimonios… pero sin duda creo que hacer voluntariado de joven es de lo más enriquecedor, ya que en cierto modo “forjas” tu carácter y sientas las prioridades de tu vida.

¿Habías ido a algún sitio antes?
Había hecho distintos voluntariados en España, pero nunca fuera. Después de Calcuta también he colaborado en Portugal y en Nueva York.

¿Qué es lo que más te llamó la atención de la India? Y ¿qué es lo que más te desagradó?
Me impactó la sonrisa constante de los que no tienen nada. Parece contradictorio en sí mismo, pero no tienen nada y lo tienen todo. Todos ellos tendrían mil motivos para estar tristes o desesperanzados. Sin embargo, son felices.

Me desagradaron ciertas situaciones ante las que te sientes impotente. Me duele ver a una madre con cinco bebés durmiendo en la acera de la calle y ver como se mueren sus hijos porque nadie les atiende en un hospital, y sin embargo yo, por ser occidental y tener un seguro médico, tener la posibilidad de que me atiendan antes que a cualquiera.  

¿Tenías miedo?
Supongo que en cierto modo sentía miedo a un mundo desconocido. Hay que tener en cuenta que todo lo que sabía de Calcuta era lo que había podido averiguar de blogs donde escribían otros voluntarios y de páginas web donde la gente dejaba sus impresiones y recomendaciones, pero no hay una organización que lo planifique, de hecho no hay ni teléfonos para reservar una habitación de hotel. Sin embargo, iba con tanta ilusión que creo que no era consciente del miedo o del riesgo. Era la aventura de mi vida y mis ganas superaban cualquier otra cosa que pudiera sentir.

¿Qué sentiste al llegar allí?
Toda la ciudad es una fiesta para los sentidos. Necesitas estar ahí para poder ver, oír, oler y tocar esas manos de la gente… es indescriptible.

Calcuta es vida, son impulsos, sentimientos encontrados, una lucha constante con uno mismo, una lucha con el mundo, una batalla constante por intentar entender, por querer entender.
Creo que la mejor manera de contestarte a esta pregunta es con lo que escribí el primer y el último día en mi diario.

5 de septiembre de 2011:
En las calles, de nuevo ese silencio que grita por sí solo. Hay un vertedero en el que prácticamente no se puede respirar, mucha humedad, y gente en el suelo todavía durmiendo. Por el camino y mientras sorteábamos unas cuantas ratas que cruzaban de un lado a otro de la calle, me daba cuenta de la pobreza absoluta en la que viven. El afortunado que se puede permitir tener un tenderete con cuatro tablas de madera para vender carne o fruta podrida, duerme encima de esa misma tabla. Cuando está oscuro no sabes si las sombras son árboles o cuerpos tirados en el suelo… tenía que abrir y cerrar los ojos varias veces para creer que esto realmente era así…

Cientos de ricksaws apostados en medio de la calzada esperando a un cliente que no llega. Muebles antiguos reposando en las aceras levantadas mientras la gente lava en plena calle su ropa. Taxis amarillos colocados en hilera y olor a curri, suciedad, polvo y basura.
Hombres y niños se lavan en los charcos. Otros enjabonan su ropa y la frotan sobre el asfalto, ajenos a la basura que se arremolina en cada rincón. Hombres deambulando de un lado al otro. Niños trabajando a pleno sol, gente preparando el desayuno en amplias perolas al aire libre o gente que simplemente vive o sobrevive. Y qué decir de los carniceros que exhiben a la intemperie su mejor género: carne amarillenta y maloliente con moscas, que apenas puede superar el rigor de las altas temperaturas. Gallinas vivas en jaulas enanas. Y más carne. Y peor olor. Y a dos pasos, vertederos públicos de grandes dimensiones, perros callejeros compitiendo con los cuervos por un puñado de desperdicios putrefactos y entre toda esta inmundicia, indios rebuscando en la basura. Y otra vez ese olor, y otra vez ese caos. Sólo el colorido de la fruta que adorna la calle y las sonrisas de los niños, sirven para relajar los sentidos.

Olvidé aquel apelativo, “ciudad de la alegría”, y que parece una contradicción en sí misma. Con la sensación de que el tiempo pasa volando y con la necesidad de aprovechar cada mañana como si fuese la última, suena la alarma a las 5 am y me dirijo camino de mother house. Tras la misa de las 6 am nos reunimos en la sala de los voluntarios. Inglés, francés, coreano, japonés... idiomas de todos los rincones del mundo durante el desayuno que nos ofrecen todas las mañanas las sisters. En este ambiente pronto experimento la riqueza y la discrepancia de opiniones, de inquietudes y razones que a cada uno nos traen a la cuidad de la alegría. Sin embargo, todos llegamos con ansias de búsqueda. Desde la búsqueda de nuevas experiencias, hasta la búsqueda desesperada de uno mismo o de paz interior. Buscamos dar para encontrar, verdad para creer y felicidad para vivir.

Elena y un joven indio. Fotos por cortesía de la propia Elena.

16 de agosto de 2014
“Ultimo madrugón, que cuesta menos con eso de pensar que va a ser el último y cuesta más por el mismo motivo.
¡Calcuta, bendita medicina!
Después de despedirme de muchas de las caras que he ido conociendo a lo largo de estos días, cogíamos el bus a Kallighat (hogar de los moribundos), al hogar donde a pesar de la muerte, se respira paz. Nada más entrar he visto a la paciente de la cama 32. He descubierto su nombre, se llama Shila. Estaba muy mal, ha empeorado rápido. Me he quedado como paralizada delante suyo, hasta que una sister, como un ángel se ha acercado y me ha dicho: “por lo menos, que muera con dignidad”. Y con un barreño y trapos la hemos lavado juntas, con cuidado, con cariño. Después sólo la he acompañado, he sido incapaz de moverme en 5 horas de su lado. Quizá será porque a mí también me ha tocado pasar sola momentos de enfermedad, y es ahí cuando más echas de menos la mano de alguien para saber que aunque no haga nada, aunque no calme tu dolor, está ahí, a tu lado, y es entonces cuando puedes descansar.

Ha sido una mañana muy dura. Me he encontrado con la muerte de frente y he notado como se le escapaba la vida cada segundo…cada vez que intentaba respirar, cada sollozo, cada vez que me apretaba la mano.
Casi sin asimilarlo y medio en shock, me he subido al tejado y sentada en una esquina me he parado a respirar, a ver a la gente de la calle, a palpar vida otra vez.

Una vez leí, que Kallighat es el lugar donde las lágrimas de los que mueren y las lágrimas de los que buscan se encuentran.

Me gusta mucho pensar eso. Creo que todo el que llega a Calcuta está buscando algo, ya sea conocerse a sí mismo, ayudar o ser feliz,… y al final lo encuentran en aquellos que en teoría no tienen nada que dar porque su luz se apaga, pero antes de morir, es cuando encienden las luces de otros.”

¿Qué crees que es lo que más te ha aportado tu voluntariado a nivel personal?
Yo descubrí que dándome a los demás me sentía bien. Me di cuenta de lo que era SER FELIZ en mayúsculas, feliz de verdad. Aprendí a dar importancia a las cosas que lo merecen. Aprendí a querer, y me llevé conmigo la mayor lección de mi vida. Calcuta se ha convertido en uno de esos capítulos de mi vida de los que no puedo prescindir, es un pilar en mis valores. Calcuta, su gente, sus sonrisas, son parte de mi vida. Paradójicamente se supone que tú vas a ayudar, pero realmente tú eres el más ayudado.

Elena y un joven indio. Fotos por cortesía de la propia Elena.
Cuando dicen que la India cambia a las personas, no significa que dejes todo, te vayas al otro lado del mundo y que por ponerte a ayudar te conviertas en una especie de santo. Lo más importante es llegar a entender que la gente de aquí vive así toda su vida y es plenamente feliz. Y no es porque no conozcan otra cosa, es porque no lo necesitan. Me han hecho plantearme que realmente vivimos en un mundo donde poco a poco la sociedad nos va imponiendo un cierto status para ser algo o alguien y nosotros mismos nos vamos creando problemas y disgustos por cosas que nos parecen vitales, pero al llegar ahí, al desprenderte de todo, descubres que no te hace falta nada más que lo básico. Aprendes a valorar los pequeños detalles de la vida.
No creo que la solución para ser feliz, sea llegar a tu ciudad y cambiar tu modo de vida, dejar todo lo que estás acostumbrado y vivir como esta gente… Pero sí creo que debemos reflexionar sobre la idea de vivir plenamente y aprender a ser felices. El problema es: ¿qué es ser feliz para cada uno?

¿Lo repetirías?
Por supuesto. De hecho tres años después de mi primer viaje a la India, lo volví a repetir.
Una pregunta que me suele hacer mucha gente es: ¿si has sido tan feliz, por qué nunca te has planteado dejarlo todo e irte ahí? Le he dado muchas vueltas, pero creo que por una suerte aleatoria me ha tocado nacer en esta parte del mundo, y lo “fácil” para mí sería dejarlo todo e irme. Sin embargo, en esta parte del mundo donde nos creemos tan desarrollados, nos queda mucho por aprender.

Una vez en España, uno de esos días que me encontraba dándole vueltas a esta idea, decidí escribir la última página de mi diario. La titulé Post Calcuta: vuelta a la realidad
Y escribía esto:

“No negaré que la vuelta ha sido difícil. No negaré que me he sentido descolocada, que he tenido días de fuertes emociones, que he odiado este nuestro mundo y deseado volver a mi Calcuta. Tampoco negaré que añoro tantas caras, esa especial rutina, la paz de Mother House y sus sisters.
Hubo días en los que me negaba a aceptar mi realidad: nuestras caprichosas necesidades, nuestras ridículas conversaciones y vagas quejas. Me he sentido muy fuera de lo que era mío, como una pieza que no consigue encajar en el puzle de su vida.
Me he sorprendido incluso intolerante ante la crisis y dramas de occidente en posesión de una realidad más auténtica y verdadera.
Sin embargo, me he percatado de que no puedo rechazar donde vivo, ni pensar que sólo en Calcuta uno es feliz. Ha sido mi experiencia más increíble y enriquecedora a día de hoy, y debo aplicar aquí todo aquello que he aprendido de la vida y de mí misma. Intentar encontrar mi Calcuta en casa, porque como decía la Madre Teresa, “Calcuta está en todas partes”, no hay que irse lejos para encontrar a gente necesitada que requiere de nuestro tiempo, cariño, cuidados, alegría y sonrisas.”

¿Lo recomendarías?
Sin dudarlo. Cuando se lo cuento a la gente de mi alrededor, mucho me contestan que Calcuta no está hecha para ellos…, yo no les miento, es cierto que las condiciones son extremas y que se viven situaciones muy duras. Sin embargo, creo que muchas veces infravaloramos nuestras capacidades de superación, y que en condiciones extremas somos capaces de crecer. Yo ahí he descubierto lo que es ser feliz, y ¿cómo no se lo voy a recomendar a la gente que quiero?

De todo aquello que aprendiste allí, ¿crees que hay algo que nosotros, los occidentales, deberíamos aplicar a nuestras vidas?
En Calcuta “he visto gente que es feliz. El hombre feliz en occidente es una especie en extinción, pero aquí hay gente que es plenamente feliz. Gente que no tiene de nada y lo tiene todo. Se les ve en los ojos, en la sonrisa, en la mirada, en la forma de hablar, de tocar, de querer. Desbordan dulzura de la buena.


Ahora parece que la gente demanda conocer la cara oscura, pero la India es increíblemente bella, Calcuta es el cielo donde la gente muere con dignidad, felicidad y serenidad y los niños sonríen y juegan. Soy consciente de que a Calcuta fui por un tiempo limitado y que no es mucho lo que podía aportar, pero una cosa es cierta, y es que la cantidad de valores y enseñanzas que recibí son el mejor regalo que me llevo. Si tuviera que quedarme con algo, me quedo con sus sonrisas.
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