12/6/17

[SPOILER] Vértigo o las segundas oportunidades


¿Es ético obligar a una persona a sustituir a otra solamente porque no somos capaces de aceptar la pérdida? ¿Nos devalúa como personas el prestarnos para tal fin? ¿Hasta dónde puede llegar la desesperación por una persona que se ha ido de nuestras vidas? 

Es inevitable que alguien no se haga estas y otras muchas preguntas en el momento en el que aparecen los créditos finales de Vértigo, el filme del maestro Hitchcock que bien merece el apelativo de ‘obra maestra del director’ que aparece en la portada del DVD. Como algunos ya sabrán, la película cuenta la historia de John ‘Scottie’ Ferguson (James Stewart), un detective que, tras una experiencia traumática, se ve aquejado de acrofobia, o, como el título de la película sugiere, vértigo. Forzado a abandonar el cuerpo, Scottie recibe la llamada de Gavin Elster (Tom Helmore) que le pide que vigile a su mujer, la bella Madeleine (Kim Novak) que últimamente se comporta de manera extraña, como si estuviera ‘poseída’. Pese a sus reticencias iniciales, Scottie accede. Todo da un giro en el momento en el que ella cae a la bahía de San Francisco, en un intento de suicidio y Scottie la salva para, a continuación, llevarla a su casa y de paso dar lugar a una de las escenas de mayor carga erótica que nos podía ofrecer Hitchcock y que probablemente levantaría ampollas en la España de los 50: Madeleine, desnuda sobre la cama de Scottie, vuelve en sí. La escena resulta increíblemente potente porque, sin decirlo con palabras, nos damos cuenta que ha sido el propio Scottie el que ha desnudado a Madeleine, a quien hasta ahora, solamente había contemplado desde la lejanía, como si de un cuadro se tratase. El misterio, la sensación de estar ante un ser inalcanzable, se ha roto. Madeleine, cubierta solamente con un batín de seda, despeinada, con el pelo medio mojado y descalza, se planta frente a la chimenea de Scottie. La carga sexual va en aumento hasta que una llamada de teléfono de Gavin, el marido de Madeleine, la rompe. 

Madeleine (Kim Novak) en el apartamento de Scottie (James Stewart)

El romance continúa a medida que Madeleine va apareciendo como más desquiciada hasta que, al final, ella se suicida tirándose desde la torre de un campanario. En las siguientes escenas vemos a Scottie en el hospital, aquejado de ‘melancolía’ y los frustrados intentos de su amiga Midge (Barbara Bel Geddes) por animarle poniéndole Mozart. Scottie aparece carcomido por el resentimiento, impotente ante la imposibilidad de haber podido evitar el suicido por culpa del vértigo. A partir de ese instante, es cuando el propio Scottie pierde la cabeza. Vaga por las calles de San Francisco, recorriendo todos los lugares en los que vio alguna vez a Madeleine y, sin duda, recordando tiempos mejores. Observa a todas las mujeres que ofrecen un parecido con ella, por ligero que sea. Una de ellas lleva ropa semejante, otra el mismo peinado. Un gesto, un detalle, cualquier cosa es buena para recordar a Madeleine Elster, la mujer a la que amó pero que nunca fue suya. Eso es lo que reconcome por dentro a Scottie, que tenía en su mano la posibilidad de haberla hecho suya, de haber podido compartir una vida con ella. Ambos se amaban. Él habría podido protegerla si tan solo no hubiese mirado abajo. 

                                                      El tráiler de la película, todo un clásico del cine de Hitchcock

En una de sus ‘misiones de reconocimiento’ encuentra a una chica que se da un aire a Madeleine. Desesperado, la sigue hasta la puerta de la habitación de su hotel. “Quiero hablar con usted porque usted me recuerda a una persona” son las palabras que le dice Scottie a una anonadada Judy que en poco tiempo, sabremos que no es sino la propia Madeleine, la mujer que Scottie conoció y que Gavin contrató para que se hiciera pasar por su esposa, enferma de una supuesta y extrañísima locura, con el único propósito de poder matar a la verdadera Madeleine teniendo una buena coartada detrás. En ese momento, el espectador se queda –literalmente– con la boca abierta. ¡Todo es una treta! En este punto, es inevitable ser incapaz de reprimir el deseo de gritar ‘¡AHORA TODO TIENE SENTIDO!’. 

Judy Barton, la mujer que se hizo pasar por Madeleine
La película se va volviendo más y más incómoda de ver cuando uno sabe toda la verdad. Y Scottie, que al principio parecía sencillamente un hombre enamorado, se va volviendo más y más obsesivo con Judy. Le obliga a que se vista como Madeleine, a que cambie el color de pelo, a que se peine como ella, se maquille como ella y se mueva como ella. Intenta revivir aquello que perdió por medio de Judy, que aguanta las locuras de Scottie porque le ama, aunque eso no impide que se vaya sintiendo cada vez más y más incómoda. Él no la ama por ser ella misma, Judy Barton, sino por ser Madeleine. No la ama por lo que es, sino por lo que fingió ser. Scottie está tan enamorado de su recuerdo y guarda con tanto celo su dolor que es incapaz de volver a construir su vida con ninguna otra mujer, ni siquiera con aquella que realmente dio vida a la Madeleine de la que él se enamoró. Scottie amó a una imagen y, para su desgracia, la amará para siempre. 

Al final, Scottie descubre la treta cuando Judy se pone un collar que fue de Carlota Valdés y que Gavin le dio como pago por sus servicios, además de dinero, claro. Scottie se llena de rabia. ¿Cómo es posible? Muy enfadado con Judy, decide, sin embargo, aprovechar la oportunidad para ‘redimirse’ y librarse de los fantasmas del pasado, recreando el suicidio de Madeleine. “Uno no tiene una segunda oportunidad con frecuencia. Quiero dejar de estar atormentado. Tú eres mi segunda oportunidad” le dice. Al final, después de que Scottie arrastre casi literalmente a Judy hasta el campanario, ésta le cuenta todo el plan y, poco después, asustada porque alguien sube, cae desde el campanario. Scottie acaba de perder por segunda vez la mujer que él eligió para sustituir a la primera y, suponemos, tendrá que vivir el resto de sus días con un doble remordimiento: no solamente no pudo evitar el suicidio de la mujer que amaba la primera vez sino que, tuvo una segunda oportunidad y la desaprovechó por culpa de su obsesión. Pero, eh, al final se curó su vértigo. 

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