Se te formará un paladar. El paladar es una zona de la lengua donde hay memoria. Donde se asignan palabras a la textura de los sabores. Comer se convierte en una disciplina obsesionada con el lenguaje. Ya nunca más te limitarás a engullir comida.
Dulceagrio es la primera novela de Stephanie Danler y, a la vez, el resultado de sus siete años de experiencia trabajando como camarera en varios restaurantes de Nueva York. A sus 30 años y con un máster en escritura creativa bajo el brazo, Danler ha querido plasmar en este libro el mundo culinario de la élite de Nueva York. Tess, la protagonista, es un personaje basado en la propia autora y el restaurante en el que ella trabaja está basado en el Union Square Cafe, establecimiento en el que Danler trabajó.
La novela cuenta la evolución de la propia protagonista y cómo su entrada en el restaurante cambia su vida y su carácter. De pronto, la plantilla del restaurante se convierte en su familia y toda su vida gira alrededor de él. Es una novela de aprendizaje, en la que la protagonista cambia y evoluciona, tanto para bien como para mal.
Una de cal y otra de arena
La novela es bastante caótica. Personalmente, creo que no vale el contrato de seis cifras que a la autora le ofrecieron por su publicación. Aunque el libro evoca muy bien el aura de exceso y sofisticación que solamente se puede dar en un restaurante de alto nivel ubicado en el pleno corazón de Manhattan, se nota que a Danler aún le falta mucho camino por recorrer. Los personajes carecen de profundidad psicológica y, pese a que se ve el intento de tratar de mantener un cierto misterio alrededor de Simone y Jake, la pareja de la que Tess se enamora, todos los personajes acaban por resultar extraños y es muy difícil llegar a conectar con ellos. Además, la historia también resulta bastante pobre. En varias entrevistas, la propia Danler ha confesado que escribió la novela a trozos y que luego los unió en su casa. Se nota. La verdadera trama no comienza hasta pasada casi la mitad del libro, después de que el lector haya leído más de 150 páginas en las que no ocurre nada en absoluto y uno empieza a preguntarse si es un libro que merece la pena terminar. Con todo, sí que es cierto que tiene algunos párrafos bastante buenos, sobre todo en lo que a describir sabores se refiere. Uno de los que más se ha hablado es la parte en la que Tess prueba por primera vez las ostras Kumamoto, una descripción realmente evocadora y con un lenguaje poético que desprende sensibilidad y erotismo, hasta el punto de que parece una escena de sexo en vez de un momento gastronómico.
Abrí las valvas. Estaba preparada para la salobridad. Para su suavidad. Para la rigidez y extrañeza del ritual. A tope de adrenalina, ferozmente íntima. Jadeé ligeramente y abrí los ojos. Jake me estaba mirando y dijo:
—Son perfectas.
Me pasó una cerveza. Era casi negra, persuasiva como el chocolate, pesada. El final era cremoso, encajaba con la cremosidad de la ostra. La conspiración sensorial hizo que se me subiera la sangra a la cabeza, que se me pusiera la piel de gallina.
Lo que sí que resulta interesante de la novela es precisamente eso, la emoción que Danler pone a la hora de describir sabores, olores y sensaciones con un lenguaje muy evocador que permite al lector sumergirse en esa amalgama de estímulos que tan fácil se puede percibir a la hora de cocinar.
El libro trata la cocina como un arte que va más allá del gusto o del olor, sino que también se funde con otros sentidos como el tacto. Danler representa la cocina como emoción, pasión y erotismo propios de quienes llevan la gastronomía en las venas, y, por ello, los pasajes en los que habla sobre la comida o el vino resultan preciosos. Creo que ese fue el objetivo de la autora desde el principio: mostrar al mundo que el cocinar y el comer son actos que van más allá de la mera función biológica de alimentarse y que pueden llegar a ser tan refinados y sugerentes como cualquier otra pieza artística que se nos ocurra. En ese sentido, sí que lo recomiendo.
¡Hasta la próxima aventura!
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